Que la luna, con su fuerza de atracción gravitatoria, ejerce un poderoso influjo sobre todo cuanto existe sobre la superficie de la Tierra podemos percibirlo visualmente, y de manera bastante ostensible, en el movimiento de las mareas. En la atmósfera se produce un movimiento periódico similar —capaz de ocasionar variaciones de varios kilómetros en los niveles de presión atmosférica—, aunque, a simple vista, no lo advirtamos. Todo esto está muy estudiado y ha sido comprobado científicamente, así que no hay posible discusión. Sin embargo, en lo que se refiere a la influencia de la luna sobre nuestros estados de ánimo, nuestros sentimientos y emociones o, incluso, nuestra salud, hay teorías y opiniones para todos los gustos, y desde tiempos inmemoriales, cuando surgieron las primeras civilizaciones en que se la adoraba como a un dios, no ha dejado de cautivar al ser humano con su mágico encantamiento. En lo que a mí se refiere, debo confesar que siempre me ha fascinado, sobre todo el disco redondo y luciente que preside en lo alto las noches claras de plenilunio. Desde que tengo memoria, es ver ese disco y sentir algo así como una sacudida en lo más hondo que se traduce invariablemente en una mezcla de emoción, admiración estética y euforia; sensación que puede tener distinta intensidad según la ocasión, pero que nunca está ausente.
Quien tuviere en su nacimiento a Venus en la casa de Saturno, o mirare la luna vehementísimamente, tarde sanará de la enfermedad de amor (Lope de Vega)
A este respecto, dejando aparte el posible efecto de nuestro satélite sobre la libido y la vigencia, por tanto, de una suerte de «licantropía» de género amatorio, lo cierto es que desde, al menos, los tiempos del idilio entre Selene y el pastor Endimión, no puede negarse que la luna ha estado emparentada con el amor y disfruta de un cierto halo de romanticismo. El prestigio de un romance a la luz de la luna es incuestionable; no en vano denominamos «luna de miel» al periodo más ilusionante en la vida de una pareja, y, si el viaje es a un paraíso tropical y nos imaginamos a los amantes paseando a la orilla del mar o dándose un remojón o unidos en un abrazo bajo el resplandor nocturno y misterioso de la Luna, el cliché es insuperable.
Así pues, entrando ya de lleno en el tema que nos ocupa y al hilo de lo que acabamos de exponer, no me extraña en absoluto un cambio tan esencial como el del título de este standard de Jazz, interpretado públicamente por primera vez por Felicia Sanders —célebre cantante de cabaret— y grabado por Kaye Ballard en 1954, el mismo año de su composición. Su autor, Bart Howard, le puso «In Other Words», porque le gustaba más o porque exponía más claramente la idea o el meollo de lo que para él significaba esta canción, pero parece ser que el público, que es quien de veras manda, ya sea porque se trata del verso inicial o porque le sonaba mejor o —esta es mi teoría— por el influjo mágico de la Luna que todo lo atrae con su fuerza gravitatoria, decidió referirse a ella como «Fly Me to the Moon» y, aunque a los editores les costó un tiempo asumir el cambio, en 1956 Johnny Mathis ya la registró con este título. No obstante, no sería hasta 1963, a petición de Peggy Lee, que Bart Howard accedió a cambiar el nombre de manera oficial.
En cuanto a las versiones y la retahíla de intérpretes que se han acercado a la canción, no voy a cansaros, sería demasiado prolijo; baste decir que se cuentan por centenares. En el bonus track dejo una cumplida selección de los vídeos que he podido encontrar. Para ilustrar estas líneas, sin embargo, he escogido los tres, para mí, más significativos. En primer lugar la versión de Suzanne Grzanna por el valor sentimental de haber sido, que yo recuerde, la que oí —o en la cual me fijé— por primera vez, allá, en los albores del nuevo siglo, cuando uno empezaba a hacer sus pinitos con el ordenador, en pleno auge de Napster —qué tiempos, cuando el tope de velocidad te lo daba el modem de 56k— y enganchado a la música que podía bajarse en el exclusivo formato del reproductor Playj. En segundo lugar, Tom Jones, por pública y unánime aclamación entre las amistades femeninas sondeadas por mi pareja; siendo ella la que emitió el primer voto y acaso el más entusiasta (no sé qué tendrá este tipo que no tenga yo, vamos, si de una misma pasta estamos todos hechos). Bromas aparte, me parece que Tom Jones muestra aquí gran vigor, frescura y originalidad, y, personalmente, también me gusta mucho su interpretación. Para cerrar la entrada, cómo no, sitúo a Frank Sinatra, sin duda su intérprete más popular, eligiendo para la ocasión una actuación en vivo de 1965; no la que he hallado con una mejor calidad de imagen y sonido, pero sí aquella en la que imprime un más elevado, en mi opinión, toque de swing, cualidad en la que, sin ser un gran conocedor, me atrevo a decir, era un maestro. Hablando de popularidad, no puedo dejar de referirme a la fortuna que esta canción, con su pegadiza melodía, ha tenido en diferentes medios, tales como la televisión, el cine y hasta los videojuegos, habiendo servido de banda sonora o recibiendo alguna referencia en incontables ocasiones.
Como anécdota final, mencionaremos la asociación de Fly Me to the Moon con la agencia aeroespacial norteamericana, y es que, aprovechando el empuje del éxito de 1964 de Sinatra, en la misión Apollo 10 de mayo de 1969 se reprodujo el tema mientras la nave orbitaba alrededor de la luna; pero eso no es todo, pues, en Julio de ese mismo año tuvo el extraño privilegio de ser la primera música que un ser humano ha escuchado en dicho satélite, durante la misión Apollo 11, de la mano del astronauta Buzz Aldrin, que le dio al play en un cassette portátil tras haber puesto el pie sobre su mayestática superficie.
Fantástica canción y muy buena exposición sobre la historia de la misma. Yo me quedo con Frank y su swing
ResponderEliminarPara mi gusto, el swing de Sinatra tiene una cualidad que lo hace muy atractivo: la naturalidad. Lo oyes y parece que le sale de suyo, sin el menor esfuerzo. Si lo comparamos, por ejemplo, con el swing de Anita O'Day de la versión incluida en el bonus track, este último resulta mucho más obvio y ajustado al canon de lo que para algunos se supone que es el swing, aunque, quizá por ello mismo, caiga en el exceso y la afectación.
EliminarCuánto me alegra ver este tema por aquí,hace unos meses publiqué una entrada sobre esta canción (https://laguitarradelasmusas.com/2017/03/22/frank-sinatra-diana-krall-boston-brass-fly-me-to-the-moon/), en la que también proponía algunas versiones, te dejo otra de las que me gustan mucho. Enhorabuena por la entrada y por querer dedicarla a esta melodía. Saludos
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=AU-hEre_AXo&feature=youtu.be
Te confieso que estuve barajando incluir a Diana en el bonus track. Con todo y parecerme que hacía una interpretación muy estimable, no me acababa de convencer y la descarté finalmente. En cuestión de gustos, ya se sabe. Me alegra haberte sorprendido tan agradablemente con mi elección.
EliminarSin duda, el influjo de la luna, ya sea físico o espiritual, ha sido una constante a lo lo largo de la historia del hombre; a mí desde luego me encanta mirarla en sus muchas y diferentes encarnaciones... Y hablando de música, para mí el estándar lunar-musical es el The Dark Side of the Moon de Pink Floyd, pero conozco el tema de hoy, cómo no, sobre todo en la voz de Frank Sinatra...
ResponderEliminarY hablando de la luna, del espacio y de música, yo tenía entendido que el primer disco que sonó en el espacio fue, precisamente, de Pink Floyd, en concreto el directo Delicate Sound of Thunder, cuando el 26 de noviembre de 1988, la nave espacial soviética Soyuz- TM7 llevó al espacio el cassette, pero claro no pondría la mano en el fuego.
Interesante y melódica entrada. Salute You!!
Ya sospechaba que no era el único en compartir esta fascinación por la luna. Más bien creo que somos muchos los «lunáticos», en el buen sentido de la palabra.
EliminarEn cuanto a las dudas que planteas, no veo lugar para la polémica. Entiendo que te refieres a Noviembre de 1868, cuando lo de la Soyuz. Si relees bien el texto de la entrada comprobarás que en ningún momento digo que Fly Me to the Moon sea la primera canción que se escuchó en el espacio, sino la primera que se escuchó en nuestro satélite, sobre la superficie de la luna. Si fueron primeros los rusos o los americanos en escuchar música en el espacio, lo ignoro, pero una cosa está clara: los rusos nunca estuvieron en la luna, nunca pisaron su superficie; luego no pudieron ser los primeros en escuchar nada.
Un saludo.
1968, quise decir ��
EliminarUn clásico total. Estupendo tema.
ResponderEliminarSaludos sintéticos.
Alguien tiene que ocuparse alguna vez de los clásicos, también tienen derecho ;)
EliminarSaludos.
Como siempre que te toca, he tenido que buscar un rato (largo) para disfrutar y desmenuzar tu publicación, de ahí que no haya podido "criticarte" antes.
ResponderEliminarY lo que me esperaba, una catarata de datos y reflexiones adornadas de una lírica excelente, poco más puedo añadir.
En cuanto a la canción, la edad ha hecho que me encanten estos clásicos eternos, no me molestaría ni gastaría un solo céntimo de bitcóin en ninguno de ellos, pero da gusto escucharlos y a 300000Km o a un segundo/luz debe de ser una pasada, aunque lo vea desde sillón delante la tele.
Me ha gustado la versión de Mina por su voz y atrezo, y por supuesto la del de siempre, la de Rod por su innata elegancia.
Un placer Carlos, abrazo.
PD- Cuando miro la Luna, hasta donde me llega la memoria, siempre veo su cara, me es imposible no verla o cambiarla por cráteres y montañas. Lo digo porque sorprendentemente para mí, hay gente que no la ve.
Bueno, la convocatoria de este año ha sido la más accidentada de todas. Normalmente he elegido el tema para mi colaboración con anticipación más que suficiente; me ha dado tiempo a elegirlo, madurarlo y escribirlo cómodamente. Esta vez, al menos para mí, ha habido algunos imprevistos y, cuando ya había elegido la canción idónea, la que me apetecía reseñar, con historia personal incluida que la cargaba de significado y emotividad, pues resulta que, después de haberle dado vueltas en la cabeza por un tiempo, no cumplía los requisitos. Hubo que improvisar a última hora y ¿que puede haber más a mano y socorrido que un clásico para estos casos?
EliminarMe encanta que pienses que he sabido adornar mis reflexiones con una lírica excelente, porque lo de reflexionar es un vicio o una enfermedad que no puedo evitar, así que alivia comprobar que, aunque os haya obligado a tragar la píldora de mis reflexiones, al menos he conseguido dorarla un poco ;)
Desde luego, yo me enteré de lo de los cráteres y montañas de la luna por los libros y la pequeña o gran pantalla, aunque no entiendo muy bien qué quieres decir cuando afirmas que su cara hay gente que no la ve.
Gran voz la de Mina, estaba escuchando una lista de reproducción suya mientras escribía esto y he descubierto con gran sorpresa que su fiume azzurro fue antes que el Sobreviviré de Mónica Naranjo; ignorante que es uno.
Un abrazo grande.
Quieres decir que hay gente que no se fija en ella, que sale a la calle y aunque esté ahí arriba con su disco esplendoroso no la ve, ¿no? Si es así, normal que no te entendiera, porque me resulta muy difícil ponerme en ese lugar.
EliminarPor cierto, hace poco he añadido a mi biblioteca el Nostromo de Conrad. Echando un rápido vistazo al argumento de la novela no he averiguado nada que me haga imaginar cuál ha sido tu motivación para adoptar semejante nombre de guerra. ¿Es por algo en especial? Y recuerda que contra el vicio de preguntar...
Estimado, no le des más vueltas, solo que no la ven y haberlos... haylos.
EliminarLo de Nostromo tiene más que ver con la peli de Ridley Scott, de la que fui, soy y seré ferviente seguidor, y que tiene mucha relación con el libro de Conrad.